Rodrigo Gangas es un ingeniero forestal de la Universidad de Chile dedicado desde 2012 a realizar estudios para diversos proyectos. Primero como asistente, luego como investigador de la Facultad de Ciencias Forestales -donde lleva diez años- y en el último tramo de su joven carrera como investigador responsable de un proyecto financiado por la Corporación Nacional Forestal (Conaf).
En entrevista con Alumni UChile, Rodrigo señala que “investigar en el área forestal requiere versatilidad”. “Dos o tres veces por semana me toca salir a terreno para recolectar datos, evaluarlos, prospectarlos y luego llevarlos al gabinete a analizarlos, para redactar un informe técnico y entregarle la información a las personas o a la organización que la esté pidiendo”.
“El trabajo que realizo depende de cada proyecto de investigación. Puedo ver las diferencias entre diferentes tipos de bosque que estemos trabajando, analizar el efecto de los tratamientos innovadores en plantaciones con especies nativas a pequeña escala, medir el crecimiento de las plantas a través del dedo del diámetro del cuello, su estado hídrico, la fotosíntesis, cómo se recuperan en la noche…”. “También hacemos parcelas de inventario donde vamos muestreando lo que hay en el bosque y lo catalogamos, procesamos fotografías que tomamos con drones. Es bastante variado”, añade.
Boldo sustentable
A finales de abril, Rodrigo Gangas presentó los resultados de la primera indagación que asumió como investigador responsable. Se trata de un proyecto de manejo silvícola en boldo que nació en 2018 y que tuvo por objetivo proponer propuestas de manejo sustentable del arbusto, con técnicas sostenibles de aprovechamiento y que mejoren la calidad de los productos forestales no madereros.
“Hoy, aun siguiendo la regulación legal, el manejo del boldo no es sustentable: se corta más de lo que el bosque puede producir. Los boldos no alcanzan a recuperarse después de la cosecha al ritmo en que son cortados. Pasan siete, ocho años y no se recuperan. Tampoco se recupera la biomasa que se cosechaba”, explica. “Buscamos hacer una propuesta técnica que vaya en esa dirección: que lo que cosechemos se recupere en el tiempo y no sobreexplotemos el bosque”.
Sobre los inicios del estudio, Rodrigo recuerda que “postulé este proyecto pensando que no iba a ser seleccionado. Sentía que no tenía tanta experiencia para redactar un proyecto así y que fuera adjudicado. Uno ve que estos proyectos se los ganan personas con más experiencia, pero cuando llegó el momento salió seleccionado. Estaba feliz, pero consciente de la responsabilidad grande que era llevarlo a cabo”.
Terminado el proyecto, que duró casi cinco años, el ingeniero forestal señala que fue una experiencia enriquecedora en la que aprendió mucho: desde redactar un proyecto y trabajar en equipo hasta estar a cargo de los costos económicos de las indagaciones y liderar las conversaciones que tuvieron con los propietarios de la explotación de los boldos.
Pequeños ladrillos
Consultado por los resultados del estudio, Rodrigo señala que lo primero que concluyeron fue “que el cambio climático es un factor por considerar en cualquier técnica silvicultural que estemos realizando en el bosque, especialmente en la zona central, porque influye en la recuperación de los árboles y en el producto que podamos extraer”.
Más allá de eso, en lo referente al manejo del boldo, explica que la ley actual permite la explotación del 35% del área basal de los rodales cada cinco años. “Nuestras indagaciones señalaron que eso debe hacerse con menor intensidad, con un número cercano al 15%”, apunta.
“Esperamos ser un aporte técnico para mejorar esa legislación. No se trata de ponerle candado al bosque, sino de que podamos manejarlo. Cinco años no es suficiente para recuperar la biomasa que se saca”, concluye.
Además, el proyecto que Rodrigo lideró concluyó que, desde el punto de vista de la industria, se le podría dar mayor valor agregado a las hojas de boldo, a lo que se le puede extraer químicamente más allá de utilizar la hoja para el té, “pero eso es un tema que le corresponde a la otra parte de la cadena de producción”.
“Desde Conaf están contentos con los resultados del proyecto. Manifestaron que es muy interesante la información que pudimos darles. Este estudio es un ladrillo más para construir ese objetivo que es cosechar boldo y aprovechar el bosque de la mejor manera”, menciona.
Consciente de que el rol de los investigadores está en la creación de conocimiento, y no en si se ocupan o cómo se aprovechan los datos que aporta, el egresado de Ciencias Forestales reconoce que “muchas investigaciones dan buenos resultados, pero cuesta más implementarlos como política, a veces porque hay intereses económicos a corto plazo que hacen que se frenen estas cosas”.
“Antes (eso) me generaba frustración, pero ya no. Como te decía, este es un pequeño ladrillo para construir un camino hacia la sustentabilidad. Creo que desde donde uno esté puede poner su granito de arena. Quizás los resultados los veamos más adelante, quizás sirva para otros investigadores a futuro. Y aunque no sea inmediato, tal vez entre todos podamos llegar a algo”.
Una comunidad detrás
Durante sus últimos años de estudio, entre 2012 y 2014, Rodrigo pasó de asistir las investigaciones de The Rufford Foundation y de la ONG Forestales por el Desarrollo del Bosque Nativo a ser un investigador de planta de la Facultad de Ciencias Forestales. “Un profesor (Sergio Donoso) me invitó a trabajar en un proyecto específico que duraba solo algunos meses. Después vino otro proyecto, luego otro, y así me fui afirmando en la Facultad”, relata sobre esa época.
Sobre su relación con la U. de Chile, Rodrigo comenta que siempre ha estado ligado de alguna forma a ella. Hizo su memoria de título sobre el rescate, la difusión y puesta en valor del patrimonio natural en las colecciones botánicas de la Casa de Bello y a partir de esa experiencia fue invitado por la profesora Paulette Naulin a realizar un diagnóstico del arboretum del Campus Antumapu.
“Pese a su importancia -reconocida en el extranjero-, no se conocía mucho de lo que había al interior del arboreto. Entonces se me propuso identificar las especies que había, medirles su altura, diámetro, ver su estado y plasmarlo para hacer un análisis del presente del lugar; entrevistar a personas que estuvieron en Antumapu, para caracterizar su pasado; y realizar una propuesta para mejorarlo hacia el futuro”.
Para Rodrigo fue un proyecto valioso pues, además de actualizar el catálogo de especies del arboreto, pudieron hacerlo más visible y propender a su cuidado.
“Estoy agradecido por la oportunidad de haber estudiado esta carrera. Puedo decir que me encanta trabajar en esta área y la Universidad contribuyó mucho a darme esa oportunidad. Los profesores eran atentos cuando estudiaba y tenía dudas. Y también me han dado su apoyo desde que soy investigador, especialmente en este proyecto del boldo”.
“En mi experiencia, detrás de la U hay una idea de comunidad, (está compuesta por) personas que se van apoyando mutuamente para lograr los objetivos”, concluye. En ese sentido, como ingeniero forestal de Antumapu, Rodrigo forma parte de la red Alumni UChile, la comunidad de egresadas y egresados de la universidad.