A 136 años del natalicio de la poeta y 80 años de su Premio Nobel, rendimos homenaje a la académica y profesora de Estado de la Universidad de Chile que descubrió y catalogó sus archivos perdidos en Estados Unidos. Para reconstruir su legado, entrevistamos a su única hija, Diana López-Rey Arce.
En 1965, mientras se conmemoraban los 20 años del Nobel de Literatura a Gabriela Mistral, Magda Arce Fernández (1910-1997) hizo un descubrimiento que cambiaría la historia literaria: unos baúles olvidados en un garaje en California, EE.UU., con cartas, manuscritos y pertenencias de la poeta.
Arce se había titulado en 1932 y luego en 1940 como Profesora de Estado en la Universidad de Chile, siendo desde ese año hasta 1943 subdirectora de la Biblioteca Central de la Universidad. Su formación internacional ya había comenzado en 1936 en la Universidad de California, en Berkeley, y desde 1938 enseñaba español en el Barnard College, de la Universidad de Columbia, trabajando además como traductora en su Escuela de Periodismo.
Su carrera se consolidó en 1939 con un magíster en la Universidad de Columbia y un año después, gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, se especializó en Bibliotecología y Bibliografía Hispanoamericana en la misma universidad. En la década de 1940 ocupó varios cargos académicos tanto en Chile como en el extranjero. Y, entre 1948 y 1950, dictó clases en The Ohio State University, Stephens College, Mills College, la Universidad de Pennsylvania y la Universidad de Columbia, entre otras casas de estudios.
En esta última, bajo la dirección de Federico de Onís, obtuvo un máster y luego un doctorado en 1949 con una tesis sobre Mariano Latorre, a quien conocía personalmente. Entre 1952 y 1953, se desempeñó como secretaria de la Delegación de Chile en la VII Asamblea General de las Naciones Unidas, trabajando después para diversas organizaciones internacionales y entre 1960 y 1962 como traductora personal del ex presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.
«Era una mujer metódica, extrovertida y muy generosa con sus conocimientos. La docencia fue siempre su pasión, aunque también la cansaba mucho», recuerda Diana. Y agrega: «desde muy joven se interesó por Gabriela Mistral”. De acuerdo a diarios de la época, la llegó incluso a conocer en varias ocasiones.
El hallazgo que salvó un tesoro literario
En 1965, durante su periodo como profesora visitante en la Universidad de California en Santa Bárbara, Arce visitó la casa donde Mistral vivió entre 1946 y 1948 cuando era cónsul de Chile. Allí, en el garaje, encontró baúles marcados con las iniciales «G.M» y la leyenda en inglés «to be shipped to Chile».
Al abrirlos se encontró con cartas, manuscritos, documentos oficiales, crucifijos y pertenencias de Yin Yin, el hijo adoptivo de Mistral. La correspondencia, en cinco idiomas, eran con cientos de admiradores, artistas e intelectuales de todo el mundo como Thomas Mann y Paul Valéry. Entre estos objetos, Diana, que para ese entonces tenía 15 años, recuerda especialmente un colgante rectangular de plata, con un vía crucis en miniatura: «era curioso, lo abrías e iban apareciendo fotos diminutas».

La académica e investigadora seleccionando y recopilando desde un baúl los escritos de Gabriela Mistral.
Durante meses y por tardes enteras, Magda Arce clasificó los documentos con ayuda de la profesora, admiradora y a veces chofer de Mistral, Helen Otero. Pese a los esfuerzos, la burocracia impidió que todo el material llegara a Chile. «Mi madre decía que era lo más emocionante de su vida. Sabía que esos escritos podrían haberse perdido por la humedad o el fuego», añade. La heredera de Mistral, Doris Dana, trasladó el material a Nueva York para su microfilmación y posterior donación a la Biblioteca del Congreso de EE.UU.
A pesar de más adelante publicar 2 libros clave sobre Mistral (“Gabriela Mistral y Joaquín García Monge: una correspondencia inédita” en 1989; y “Legado literario de Gabriela Mistral”, en 1993), Magda Arce ha sido ignorada por círculos académicos. «Es injusto. Hay personas a quienes ella ayudó en su momento y que ahora ni siquiera la mencionan. Ha habido mucha envidia y mezquindad entre los ‘mistralólogos’«, denuncia Diana.
En sus palabras, entre las pocas excepciones está la magíster en historia de la Universidad Católica y doctora de la Universidad San Sebastián, Cecilia Morán, quien ha rescatado el aporte de Arce en 2 de sus libros: “Las Primeras Damas en Chile (1938-1970)” y “Cartas a una primera dama. Epistolario de Rosa ‘Mitty’ Markmann (1946 – 1952)”. «Ella me contactó para incluir a mi mamá en su bibliografía, usando documentación y fotos que doné en su minuto a la Biblioteca Nacional. Morán me ha expresado también su interés en escribir sobre mi madre”, asegura Diana.
Mujer y académica en tiempos adversos
Magda Arce se enfrentó a muchos desafíos por ser mujer en la academia. «En los 40, un tío de ella, que era ministro de la Corte Suprema, le escribió una carta lapidaria insinuando que mi mamá estaba dañando su reputación por irse a estudiar a EE.UU. Sin embargo, gracias a la gestión personal del presidente Arturo Alessandri Palma, pudo costear su pasaje con la única petición de que a su regreso le contara toda su experiencia», revela Diana.
Arce se casó en 1947 y desde el 1948 a 1950 dio clases en el Queens College. Tras el nacimiento de su única hija en 1949, debió comenzar a trabajar medio tiempo. «Ella siempre me decía que, si te caes, te levantas y miras hacia adelante», afirma Diana.

Magda Arce en el lanzamiento de su libro «Gabriela Mistral y Joaquín García Monge: una correspondencia inédita» de 1993.
Tras su regreso de EE.UU., la carrera de Arce combinó la docencia en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y el Liceo Manuel de Salas. Entre 1954 y 1967 vivió con Diana en el centro de Santiago en un departamento de 40m2. “Fue complicado para ella el mundo académico, porque había mucha competencia y en esa época se favorecía mucho más a los hombres para directores o decanos”, asegura Diana.
Sobre su madre recuerda: «Siempre crecí rodeada de libros. Era amiga de María Luisa Bombal, Marta Brunet, Manuel Rojas y Nicanor Parra, entre otros», cuenta Diana. «Ella se relacionaba con círculos intelectuales: incluso era profesora en las escuelas de verano de Amanda Labarca y era parte de un grupo que se reunía con ella. Una vez, llamé a su casa para hablar con mi mamá, pero al ver que no era una urgencia doña Amanda me colgó y le dijo a mi mamá que los hijos éramos unos tiranos. En su momento me molesté mucho, pero ahora le encuentro parte de razón”, relata entre risas.
«No pido una estatua, pero sí reconocimiento para mi madre. Fue una mujer adelantada para su época, que nunca se dejó amenazar a pesar de tener una vida muy difícil. Se merece más que una nota al pie”, insiste Diana. Y concluye: “Mi mamá nunca tuvo fortuna, ni mucho menos, y siempre me dijo que lo único que me podía dejar era una buena educación. Y así fue, todo lo que soy y he logrado ser es gracias a su apoyo incondicional en mi formación y su fiel creencia de que la educación es la herramienta más valiosa para el ser humano«.
Recuerda que, en el marco de la conmemoración del Día del Libro y la Lectura, la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile tiene preparadas diferentes actividades, entre las que destaca una nueva edición del Recorrido de Gabriela, junto al Museo San Francisco y el Teatro Municipal de Santiago, este sábado 12 de abril a las 10:00, 11:00 y 12:00 horas partiendo desde la Casa Central Uchile. Inscríbete GRATIS acá.